Hoax de la historia: El ajedrecista autómata (El Turco)


Desde tiempos remotos los seres humanos se han empeñado por engañar a otros. No sé si será el deseo de ver la cara de bobos que ponemos los seres humanos, o el afán del lucro económico a costa de lo que sea.

En 1769, Wolfgang von Kempelen, construyó una caja con un ajedrez en su interior. Tenía la forma de una cabina de madera de un metro veinte de largo por 60 cm de profundidad y 90 de alto, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado sobre él, y decía que este maniquí “robot” podía ganarle hasta a l más experto ser humano.
Esta caja no era más que una ilusión óptica, que al ser abierta mostraba una serie de palancas y engranajes complicados, pero en realidad se escondía en ella un maestro de ajedrez de poco mas de 1 metro de altura. Por consecuencia ganaba la mayoría de las partidas.

Kempelen exhibió por primera vez al Turco en la corte de la emperatriz de Austria María Teresa en 1770, realizando posteriormente una gira por Europa durante varios años de la década de 1780. Durante esta época, el Turco fue exhibido en París, donde jugó una partida contra Benjamín Franklin, que éste perdió. Kempelen decidió que el autómata estaba ocupando buena parte de su tiempo y lo relegó a un rincón del palacio de Austria, centrándose en otros autómatas. En 1789, Freiherr Joseph Friedrich zu Racknitz construyó un duplicado del mismo y escribió un libro donde especulaba sobre su funcionamiento, publicado en Dresde. A pesar de que su explicación era correcta en algunos puntos, dicha explicación resultaba en un maniquí que solo podía ser operado por un enano o un niño, y las medidas del autómata de Racknitz no eran las mismas que las de Kempelen.

El fondo del tablero principal tenía un resorte bajo cada escaque y cada pieza contenía un imán. Este intrincado sistema permitía al operador saber qué pieza había sido movida y dónde. El operador hacía su movimiento mediante un mecanismo que podía encajarse en el tablero secundario, indicando al maniquí dónde mover.

Hoy en día construir un ajedrecista autómata no es gran trabajo, pero para aquel tiempo era como hablar de magia, por lo que Wolfgang se valió de sus mentiras y de la credulidad del pueblo para engrosar su bolsillo. Una vez más vemos que la respuesta más sencilla es generalmente la más acertada. Tratar de explicar hechos naturales con hazañas sobrenaturales nunca ha sido muy racional.

1 comentarios:

MOH2016 dijo...

Yo tenía de pequeño un juguete llamado autocross que funcionaba así: era un circuito en el que tenías que mover un vehículo que en su base tenía un imán.
Dentro del juguete había otro imán unido a un brazo mecánico que movía el imán a través de un eje que salía del centro.

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